Esos azulejos que van dejando
constancia de los lugares cervantinos en nuestra ciudad forman parte de nuestro
paisaje urbano que casi no valoramos
Tuve la suerte de conocer El
Quijote de boca de mi madre, empedernida lectora de la obra de
Cervantes. Ella me contaba divertida las aventuras del flaco Hidalgo de la
Mancha y su rechoncho escudero y yo la escuchaba fascinado imaginado las
hazañas del caballero.
Después cuando preparaba el ingreso al
bachillerato, trabajamos la lectura comprensiva y el dictado con el texto que
comenzaba en “Un lugar de la Mancha de
cuyo nombre no quiero acordarme”. Afortunadamente acabé casi por
memorizarlo y aunque a mí ,en aquel momento, sólo me interesaba el argumento,
comencé a amarlo. Con el tiempo fui aprendiendo la transcendencia literaria de
la obra y su innovadora aportación a la novela moderna. Entonces comencé,
también, a sentirme orgulloso de compartir la lengua y las raíces con tan
soberbio genio, y a valorar la suerte de haberme iniciado en los atributos de
la comunicación con la obra de Cervantes.
Los que vivimos en Sevilla tenemos la
suerte de encontrar en nuestro recorrido vial por la ciudad numerosas muestras
de la presencia de Cervantes en la ciudad y a la reciproca la significativa
comparecencia de Sevilla en la obra de Cervantes. Esos azulejos que van dejando
constancia de los lugares cervantinos en nuestra ciudad forman parte de nuestro
paisaje urbano que casi no valoramos, pero llaman poderosamente la atención de
los numerosos visitantes que se acercan hasta nosotros.
Ahora al conmemorar el cuatrocientos
aniversario de su muerte debemos poner en valor, como diría los moernos, esa gran vinculación de
Cervantes con Sevilla. Para conocer esa relación les recomiendo un libro
imprescindible: Itinerarios de la Sevilla de Cervantes, de los profesores Pedro
Piñero y Rogelio Reyes Cano. Libro en el que se realiza un minucioso recorrido
por la multiforme aparición de Sevilla –espacio físico, moral y vital– en los
textos cervantinos.
A través de este libro podemos ver la
realidad vital, moral e histórica de la urbe compleja, contradictoria y
fascinante que era la Sevilla del siglo XVI en la que Cervantes respiró, amó, y
denunció, padeció y gozó y que el reelaboró como espacio literario en muchas de
sus obras. Esa realidad que era aquel universo rico, heterogéneo y abigarrado
–“La Gran Babilonia de España, mapa de todas las naciones” como la llamaría Góngora–.
Así desde el pan de Sevilla, el
mercadillo de las cosas robadas y usadas o la efervescencia del Arenal al
sumamente novelesco microcosmos, moral, urbano y sentimental de la mancebía.
Terceras, prostitutas, truhanes y pícaros negociantes y viajeros… se dan cita
en diversos textos de Cervantes. El resultado supone la construcción narrativa
de la ciudad, la articulación de la urbe como elemento clave y funcional del
relato. Algo en lo que, como apunta Márquez Villanueva, Cervantes da un gran
paso hacía el futuro ya que no sería hasta los siglos XIX y XX, cuando
aparecería la presencia en la narrativa de la ciudad en el París de Balzac, El
Londres de Dickens, el Madrid de Galdós o la Praga de Kafka.
Hasta tal punto la influencia de Sevilla en la obra
de Cervantes es transcendente que Rogelio Reyes la define así: “Sevilla no fue
uno más entre los lugares que enhebraron la rica biografía del gran escritor
sino una referencia angular en su formación literaria y en su visión del
mundo”. Celebremos pues con entusiasmo
este IV Centenario de la muerte del genial Miguel de Cervantes y
alegrémonos, como no, de la influencia y vinculación que tuvo Sevilla en su
vida y en su obra.