La historia y las palabras



A la historia y a los proyectos de convivencia hay que acercarse libremente y con la mirada limpia
 
En estos días la sociedad española, unida en torno  la idea de España durante más de quinientos años, vive un duro contratiempo en su convivencia, surgido una vez más de la manipulación de los sentimientos de una parte de su diversidad. Y como esto no se puede despachar con simplificaciones, conviene como siempre la reflexión.

La historia no es más que la encargada de analizar los acontecimientos pasados para entender el presente y prever el futuro. Y su objeto de estudio: los hombres, transforman la sociedad y su entorno a su conveniencia. Son sujeto y objeto de un mismo proceso. A simple vista parecería sencillo, simple, pero a veces las apariencias engañan.

Los hechos son los hechos pero el sujeto que los expone los puede pervertir solo con el uso del lenguaje y eso lo puede acabar de destrozar el relativista. Veamos un ejemplo:

Nación: En su primera acepción significa 1. f. Conjunto de los habitantes de un país regido por el mismo Gobierno. Así podemos afirmar que España en una Nación.

Pero  en su tercera acepción dice: Conjunto de personas de un mismo origen y que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común. En este caso ya empiezan los matices. Como diría un antiguo jefe mío, sevillano y residente toda su vida en Cataluña: es cuestión de semántica.

¡Ay las palabras! Así puede resultar que cuando se habla de identidad, a lo mejor se trata de utilizar un sinónimo para la mezquindad frente a la solidaridad con los demás. Donde se dice agravios históricos se quiere decir insatisfacción de una relación basada en el constante ceder, por una parte, para tratar de pagar el chantaje de la otra a la convivencia en común. Quiero decir que a base de falsear la historia y pervertir el lenguaje se puede tratar de cambiar la realidad.

Como yo no pretendo encima darles mi opinión sobre el asunto. ¡El que faltaba! podrían decir con razón, solo trato de ayudarles con las claves del análisis, les invito a que acudan a la historia para repasar los antecedente de estos conflictos surgidos en 1873 durante la primera República y los mas recientes de 1931 y 1934 durante la segunda. Así como las reflexiones de Ortega y Gasset y las de D. Manuel Azaña al respecto: Los demás elementos del conflicto están frescos en nuestra memoria, de forma que con estos parámetros se puede tener una sencilla panorámica para entender mejor el presente e incluso intuir cual puede ser el desenlace de forma genérica.

Después de todo lo expuesto  la conclusión más clara es la permanente manipulación de la Historia y los riesgos que la falsificación de la misma conlleva, como nos ha dicho Emilio Lledó. El otro instrumento diabólico de todo este proceso es la perversión del lenguaje, el uso corrupto de las palabras para plantear los hechos. Con esos dos elementos y un mensaje dirigido más a los sentimientos que a la razón es como se llega a estas situaciones.

A la historia y a los proyectos de convivencia hay que acercarse libremente y con la mirada limpia, por que si no es así las relaciones crujirán ante los intereses de unos y otros y se olvidarán las ventajas del proyecto en común y las consecuencias serán las mismas que las de un fino jarrón de porcelana estrellado contra el suelo.

Para terminar volvamos a las palabras de D. Emilio “Yo lo que quiero es saber qué ha pasado en mi país, conocer su historia. Eso es tomar conciencia de las cosas positivas, de las cosas negativas y de los caminos por los que (creo yo) no hay que seguir adelante. El Alzheimer colectivo es todavía mucho peor que el Alzheimer individual, y un país sometido a la falsificación de lo colectivo es un país condenado. En mi opinión, no hay futuro en un país si no ponemos el pasado por delante, para aprender de él”. Interesante reflexión.

Elogio de la memoria


Una buena receta para todos estos desvaríos generacionales: Hay que mirar al pasado con cariño, al presente con optimismo y al futuro con esperanza.
 
Vivimos en tiempos de revisión total. Pareciera que toda nuestra realidad este en proceso de deterioro, que todas las iniciativas desarrolladas hasta hora estuvieran agotadas, que aflorara un tiempo donde no sirviera receta alguna de las aplicadas y que todo requiere de un punto de vista nuevo, que, ¡oh sorpresa!, hasta ahora a nadie se le había ocurrido.

Es como si con el paso de poco más de una  generación nuestra definición de la vida, del significado de nuestra existencia y de la identidad humana se hubiera alterado de modo radical. Así se habrían visto modificados aspectos  que han formado parte de esa identidad durante siglos y que han servido de fundamento para el desarrollo de las nociones filosóficas de persona y dignidad. Las prácticas relativas a la sexualidad, la reproducción, los roles sociales, la maternidad, la paternidad, así como también otros aspectos como la igualdad, la democracia, el libre albedrío, la justicia, y el progreso tuvieran que ser, sin duda redefinidos.

Y este regeneracionismo que es el motor de determinadas corrientes sociales, nos produce una sensación de vértigo y de vacío inmenso, que alimentado por los avances biotecnológicos, se nos quiere imponer.

Dice el eminente filósofo y paisano nuestro Emilio Lledó, hoy en nuestras páginas,  que los seres humanos somos fundamentalmente memoria y leguaje, y las dos cosas se están pervirtiendo constantemente. Porque lo que nos caracteriza esencialmente a los seres humanos es el reconocimiento del presente por lo vivido y la esperanza de proyectarlo hacia el futuro desconociendo el momento final.

Y resulta que esta generación ahora tildada de caduca y periclitada ha vivido la superación de una terrible fractura civil, en su peor versión, y es la responsable de haber engendrado una nueva etapa de libertad y bienestar como jamás había experimentado nuestra sociedad. ¡Claro que con errores y deficiencias, faltaría más!, y ahí estaría el mejor uso de la memoria, no en negar la mayor sino en mejorar la tarea con la superación de los errores cometidos.

Nos conviene recordar que la denostada obra de nuestra generación es tan válida que ha permitido que todos los movimiento sociales surgidos al fragor de la profunda crisis socioeconómica de nuestra sociedad, fermento de todo este movimiento, hayan pasado de estar, en sólo dos años, con esas ideas acampados en una plaza pública a formar parte de las instituciones contra las que tan agriamente se manifestaban. Está claro que tampoco estaban construidas tan de espaldas a la realidad.

En estos días tradicionalmente propicios a recordar a los seres queridos  que se nos han ido quedando por el camino, sus vidas y sus esfuerzos representan un ejercicio de memoria individual y colectiva enorme, profundo y sencillo, que nos lleva a reconocer el presente mejor, que todos los estudios sociológicos al uso como carta de navegación  hacia el futuro. Ese recuerdo se hace mayor si cabe a aquellos que perdimos aquejados precisamente del mal que azota a la perdida de la memoria, y la tristeza y el desasosiego que ello nos produce por su falta de reconocimiento. No deja de ser paradójico el tema

He leído estos días una frase que a mi juicio tiene una buena receta para todos estos desvaríos generacionales: Hay que mirar al pasado con cariño, al presente con optimismo y al futuro con esperanza. Pues por mucha afición que tengan los jóvenes por la ciencia ficción, no serán nuestros rasgo distintivos en un futuro biotecnológico ni la razón, ni los sentimientos, sino la memoria, la autoconciencia y la esperanza.