La luz del otoño y Velázquez



La luz del otoño se encarga de afinar los rasgos de Sevilla que, como una mujer, conserva lo mejor de su hermosura en cuatro rincones de su cuerpo y se deja pintar por los pinceles de los impresionistas que le sacan los colores. La luz se filtra entre los ocres de los árboles para difuminar la belleza de sus legendarias piedras resaltando la hermosura de sus adornos barrocos.

En los atardeceres se degrada del rosa al malva en el momento que los entreluces sirven para arrebatar sin remedio a los que la contemplan a esa hora llena de serenidad y belleza madura. Sin duda el otoño proporciona a Sevilla una gama de matices que enriquecen cualquier estudio sobre el color.

¿Influyó toda esa belleza en la obra de Velázquez? Sin duda, como sin duda acabara atrapando al puñado de expertos que acudirán a Sevilla para reflexionar y discutir sobre la obra de este sevillano universal, con motivo del Simposio Internacional que en estos días se celebra en nuestra ciudad.

El gran pintor sevillano, después de cuya obra, la pintura ya no será igual, vuelve a nuestra ciudad de la mano del lienzo, La educación de la Virgen, que gracias a los trabajos de investigación de la Universidad de Yale y al mecenazgo de Emilio Botín que ha muerto sin poder contemplar el regreso del maestro y su obra perdida a su tierra natal.

Comprendo que no corren tiempos para grandes ilusiones, pero nada engrandecería más a Sevilla que contar con un espacio dedicado a Velázquez, por el que, aunque de manera temporal, fuera rotando la ingente obra del discípulo y yerno de Francisco Pacheco amamantado en su taller de la Alameda de Hércules.  Así los sevillanos y los extranjeros que nos visitaran encontrarían que el pintor sigue viviendo en la ciudad donde vio la luz y donde se crio artísticamente para configurar su genial obra gozo de toda la humanidad.

Este espacio podría servir además como centro permanente de estudio de su vida y su obra invitando a los mejores expertos en su obra en todo el mundo a impartir seminarios y conferencias sobre sus trabajos e investigaciones. Bonito, ¿verdad? Pues se acabó el sueño, la realidad, la más cruda realidad es que en el Museo de Sevilla normalmente solo se puede contemplar el Retrato de Cristóbal Suarez de Ribera.

Aprovechemos por tanto esta presencia de Velázquez en nuestra ciudad, para conocer mejor al genio y a su obra y poder comprobar como el pintor hace etérea la materia haciéndola hervir, como dice Camón Aznar, en la llama fría de la abstracción entregando al mundo unas posibilidades de expresión de las que posteriormente se han ido sacando las últimas consecuencias. ¡Qué bien pinta Cervantes con la pluma y que bien escribe Velázquez con el pincel!

Mientras tanto disfrutemos de la luz del otoño en Sevilla para disfrutar de otra obra maestra, su reflejo sobre la hermosura de esta ciudad universal. Al fin y al cabo seguro que Velázquez mantuvo esas imágenes en su retina hasta que con su genio fue capaz de trasladarla al lienzo y dejar la belleza plasmada en sus obras para admiración de la humanidad. Ya lo dijo Borges para definir su ceguera, Sevilla en otoño es una dulzura, un regreso.

Sevilla y la gran aventura del Descubrimiento



El 12 de octubre de 1492 es sin duda una fecha transcendente para la Humanidad.
El mundo entró en la era moderna y comenzó la globalidad, el Viejo y el Nuevo Mundo se encontraron y desde entonces comparten la historia, las riquezas y las ideas. Se dejó atrás la oscuridad de nuestra edad media y la ignorancia de sus civilizaciones. Desde ese instante nada sería igual.

Sevilla fue pieza clave de ese acontecimiento, su estratégica posición de puerto interior, mucho más seguro en la época, la convirtieron en la lanzadera de ese “puente marítimo” que unía las dos orillas del Atlántico y eso, la convirtió en la urbe más importante de su tiempo, durante todo el siglo XVI.

El núcleo financiero de Europa, que había estado en los Países Bajos se traslada a Sevilla. Además, el aumento de la actividad mercantil y financiera de Sevilla atrajo a muchos castellanos y extranjeros que acudieron a ella, unos para avecindarse, otros para embarcarse hacia el Nuevo Mundo, buscando nuevas oportunidades. Las calles de Sevilla eran un continuo ir y venir de viajeros, de todas las clases sociales.

A pesar de la progresiva decadencia en la que entró nuestra ciudad con la marcha a Cádiz de la sede de la casa de la contratación, América había configurado definitivamente a Sevilla. Ya nada sería igual, se había convertido en la ciudad más americana de España, sin dejar de ser la más española, y su huella la consagró como la sede y guardiana de toda la gran epopeya del Descubrimiento.

Un sevillano, fray Bartolomé de las Casas, se convirtió en el primer gran valedor de sus gentes. Denunció los excesos de los pioneros y defendió ante el poder los derechos de los nuevos ciudadanos incorporados a la corona. Su ingente obra dio pie también a los enemigos de España, para que escribieran y divulgarán las páginas más negras de nuestra historia común.

El florecimiento económico de Sevilla dio paso a la generación de creación artística tan espectacular como el Barroco. La ciudad se llenó de genios creadores de la pintura, la escultura, la literatura y la misma se engalanó con los mejores adornos del estilo. Así sus iglesias y conventos se adornaron de arquitectura, retablos, pinturas e imágenes que son admiración del mundo y llenan la ciudad de valores únicos.

Pero después de la gran huella que el Descubrimiento dejó en Sevilla, la ciudad ha seguido siendo marcada por el gran acontecimiento histórico. Así la Sevilla del siglo XX queda configurada por el recuerdo de la gesta. La Exposición de 1929, no es baladí que fuera Iberoamericana, supuso la primera transformación de la misma y la entrada de Sevilla en el siglo XX y ya en las postrimerías de la pasada centuria la de 1992, en conmemoración –como no–  del 500 aniversario de 1492, situó a Sevilla en el siglo XXI y configuran la ciudad en la que hoy vivimos, sufrimos y disfrutamos.

Vale la pena, por tanto, que recordemos la importancia de lo que por estos días se celebra, que es nada más y nada menos que uno de los grandes gestos de la aventura humana, sino además el papel que en ella tuvo Sevilla y lo que ha significado para una ciudad que rezuma América por todos sus poros.