Esperanza


La angustia de nuestro mundo tiene una solución; La esperanza basada en el amor que es la fuerza que nos tiene que seguir impulsando.

Escogiendo entre lo que me gustaría desearles en estas fechas a todos ustedes me he decantado por la Esperanza, quizás una de las palabras mas hermosas de nuestro vocabulario. Y la he escogido por que no recuerdo tiempos tan procelosos e inciertos, que seguramente los ha habido, pero que en este momento me desasosiegan de manera especial.

El corazón del hombre contemporáneo late una azorante situación de ansiedad y angustia. Con la perdida de valores espirituales el hombre se encuentra en un callejón sin salida. Desconectado de su origen y su fin, no es extraño que la angustia se apodere de su alma al verse «arrojado» sin rumbo en el torbellino del vivir. Este íntimo desasosiego se acrecienta por la tremenda realidad actual; crisis, guerras, miseria, pobreza, deterioro de la naturaleza, inquietudes de todo orden, nos hacen sentir, a veces, el zarpazo del pesimismo que producen estas circunstancias adversas.

Me niego a pensar como los existencialistas que el ser hunde sus raíces en la nada, vive transcendiendo o sobreviviendo a esa nada y está abocado a ser reducido a la nada, humillado y abatido. De ahí que la muerte acecha la vida humana, que ha sido arrojada al mundo para en él morir y que en él vive muriendo, pues ser es morir.

Por que también me niego a creer que en los planes de Dios esté dejar al hombre abandonado al sufrimiento. Si bien introdujo el dolor en la tierra como inevitable compañero del hombre, la divina Providencia puso en su humano vivir un elemento de compensación: la esperanza, cuyo fundamento es la redención del Amor. No nacemos para morir, nacemos para amar.

Y por eso mismo me niego a pensar que la entrega, esfuerzo y dificultades que tuvieron que superar los que nos precedieron, a los que tanto echaremos de menos en estos días, para dejarnos un mundo mejor que el que ellos tuvieron, no valiera la pena. Tenemos raíces por tanto y tendremos frutos en la medida que trabajemos en el sentido de dejar el los que nos sigan, un mundo algo mejor y a ser posible una carga de valores que les permita afrontar su angustias y ansiedades con más entereza.

La esperanza no debe confundirse con el optimismo humano, que es una actitud más relacionada con el estado de ánimo. Ni debe estar basada en un comportamiento contemplativo de que los frutos nos serán dados por si mismos. Requiera la acción que permita tender con certeza hacia su fin, de modo semejante al que emprende un viaje no tiene la certeza de llegar al fin de su trayecto, pero sí tiene la certidumbre de ir bien encaminado y de llegar si no abandona el camino.

La angustia de nuestro mundo tiene una solución; La esperanza basada en el amor que es la fuerza que nos tiene que seguir impulsando. Y si alguna vez esta flaquea, sigamos la recomendación de Antonio Burgos: vayamos a pelar la pava un ratito a las rejas del arco con esa Divina Mujer, a la que estos días podemos mirar cara a cara, en sus ojos la encontrarán. Allí está la Esperanza.

Constitución


 
Todos nos hemos sentido durante años orgullosos de haber participado en aquel gran acuerdo social y visto con satisfacción como de esta derivaban manojos de leyes que, mal que bien, iban conformando nuestras vidas

Un 6 de diciembre de hace 37 años los españoles decidimos, por una amplia mayoría, con nuestro voto constituirnos en un Estado social y democrático de Derecho que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político, cuya soberanía residen el pueblo español del que emanan los poderes del Estado y que tiene la forma política de Monarquía parlamentaria.

Los que vivimos aquellos días en primera persona recordamos con emoción todo lo que esto significaba. En ella se consagraban nuestras libertades y se regulaban los derechos y obligaciones de los españoles, tras un gran acuerdo político en el que todos tuvieron que ceder en aras a alcanzar un tratado de convivencia que tuviera el más amplio apoyo social posible.

Todos nos hemos sentido durante años orgullosos de haber participado en aquel gran acuerdo social y visto con satisfacción como de esta derivaban manojos de leyes que, mal que bien, iban conformando nuestras vidas y formaban plataformas sobre las que se desarrollarían las de nuestros hijos. También pudimos contemplar con estupor como algunos de nuestros representantes políticos retorcía sus argumentos hasta casi violarla. Pero en fin estábamos tranquilos por que el armazón jurídico del estado funcionaba y estaba ahí para garantizar su vigencia y cumplimiento.

Pero hete aquí que de pronto nos encontramos con unas corrientes turbulentas que por mor de un desencanto social de un lado, nacido de la crisis económica y la corrupción y por otro de las tensiones territoriales, parecen dispuestas más o menos que a dar cuenta de la constitución del 78. Naturalmente los que conocemos de primera mano lo que costó aquel trabajoso consenso, que quedó ratificado con el acontecimiento que conmemoramos por estas fechas, nos inquietamos y hasta se nos crea un cierto desasosiego pues no vemos por ningún sitio el clima necesario para volverlo a conseguir.

Otro de los argumentos que se esgrimen últimamente es el de: “Yo no vote esta constitución y no me siento identificada con ella”. Este como verán es comprensible pero se cae por el propio peso de su ardor juvenil, y a la vez demuestra un fallo importante en el sistema, la capacidad de trasmitir los valores de nuestra ley de leyes y las deficiencias derivadas de nuestro sistema educativo para hacerla conocer y amar.

No es que nuestra Carta Magna no pueda ser mejorada, obra humana es. Es que lo sustancial de un marco de convivencia está recogido en ella, nuestros derechos, obligaciones e incluso nuestras peculiaridades como reflejo de nuestra pluralidad se encuentran reflejados en sus textos y con eso no conviene jugar como tampoco deberíamos ser tolerantes con aquellos que ponen salvaguardas a la promesa de guardarlos y hacerlos guardar por que cualquier día nos podemos encontrar con algún sobresalto. Todo lo demás se puede retocar si se logra el consenso político necesario pero sin asaltos ni ocurrencias.

Escribiendo estas líneas no dejo de sentir una cierta inquietud inmovilista, pero enseguida me tranquilizo. Repaso nuestra historia y se que lo que defiendo con estas opiniones es la conclusión que destilo de nuestro pasado y la maldición de nuestros complejos históricos; y me reafirmo en la hipótesis sobre la deficiencia de nuestro sistema educativo y de la importancia de conocer nuestra historia, como elementos fundamentales de lo que debe ser nuestra cultura, para que la postmodernidad y el relativismo, no nos atropellen y tengamos que empezar otra vez de cero.

La historia y las palabras



A la historia y a los proyectos de convivencia hay que acercarse libremente y con la mirada limpia
 
En estos días la sociedad española, unida en torno  la idea de España durante más de quinientos años, vive un duro contratiempo en su convivencia, surgido una vez más de la manipulación de los sentimientos de una parte de su diversidad. Y como esto no se puede despachar con simplificaciones, conviene como siempre la reflexión.

La historia no es más que la encargada de analizar los acontecimientos pasados para entender el presente y prever el futuro. Y su objeto de estudio: los hombres, transforman la sociedad y su entorno a su conveniencia. Son sujeto y objeto de un mismo proceso. A simple vista parecería sencillo, simple, pero a veces las apariencias engañan.

Los hechos son los hechos pero el sujeto que los expone los puede pervertir solo con el uso del lenguaje y eso lo puede acabar de destrozar el relativista. Veamos un ejemplo:

Nación: En su primera acepción significa 1. f. Conjunto de los habitantes de un país regido por el mismo Gobierno. Así podemos afirmar que España en una Nación.

Pero  en su tercera acepción dice: Conjunto de personas de un mismo origen y que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común. En este caso ya empiezan los matices. Como diría un antiguo jefe mío, sevillano y residente toda su vida en Cataluña: es cuestión de semántica.

¡Ay las palabras! Así puede resultar que cuando se habla de identidad, a lo mejor se trata de utilizar un sinónimo para la mezquindad frente a la solidaridad con los demás. Donde se dice agravios históricos se quiere decir insatisfacción de una relación basada en el constante ceder, por una parte, para tratar de pagar el chantaje de la otra a la convivencia en común. Quiero decir que a base de falsear la historia y pervertir el lenguaje se puede tratar de cambiar la realidad.

Como yo no pretendo encima darles mi opinión sobre el asunto. ¡El que faltaba! podrían decir con razón, solo trato de ayudarles con las claves del análisis, les invito a que acudan a la historia para repasar los antecedente de estos conflictos surgidos en 1873 durante la primera República y los mas recientes de 1931 y 1934 durante la segunda. Así como las reflexiones de Ortega y Gasset y las de D. Manuel Azaña al respecto: Los demás elementos del conflicto están frescos en nuestra memoria, de forma que con estos parámetros se puede tener una sencilla panorámica para entender mejor el presente e incluso intuir cual puede ser el desenlace de forma genérica.

Después de todo lo expuesto  la conclusión más clara es la permanente manipulación de la Historia y los riesgos que la falsificación de la misma conlleva, como nos ha dicho Emilio Lledó. El otro instrumento diabólico de todo este proceso es la perversión del lenguaje, el uso corrupto de las palabras para plantear los hechos. Con esos dos elementos y un mensaje dirigido más a los sentimientos que a la razón es como se llega a estas situaciones.

A la historia y a los proyectos de convivencia hay que acercarse libremente y con la mirada limpia, por que si no es así las relaciones crujirán ante los intereses de unos y otros y se olvidarán las ventajas del proyecto en común y las consecuencias serán las mismas que las de un fino jarrón de porcelana estrellado contra el suelo.

Para terminar volvamos a las palabras de D. Emilio “Yo lo que quiero es saber qué ha pasado en mi país, conocer su historia. Eso es tomar conciencia de las cosas positivas, de las cosas negativas y de los caminos por los que (creo yo) no hay que seguir adelante. El Alzheimer colectivo es todavía mucho peor que el Alzheimer individual, y un país sometido a la falsificación de lo colectivo es un país condenado. En mi opinión, no hay futuro en un país si no ponemos el pasado por delante, para aprender de él”. Interesante reflexión.

Elogio de la memoria


Una buena receta para todos estos desvaríos generacionales: Hay que mirar al pasado con cariño, al presente con optimismo y al futuro con esperanza.
 
Vivimos en tiempos de revisión total. Pareciera que toda nuestra realidad este en proceso de deterioro, que todas las iniciativas desarrolladas hasta hora estuvieran agotadas, que aflorara un tiempo donde no sirviera receta alguna de las aplicadas y que todo requiere de un punto de vista nuevo, que, ¡oh sorpresa!, hasta ahora a nadie se le había ocurrido.

Es como si con el paso de poco más de una  generación nuestra definición de la vida, del significado de nuestra existencia y de la identidad humana se hubiera alterado de modo radical. Así se habrían visto modificados aspectos  que han formado parte de esa identidad durante siglos y que han servido de fundamento para el desarrollo de las nociones filosóficas de persona y dignidad. Las prácticas relativas a la sexualidad, la reproducción, los roles sociales, la maternidad, la paternidad, así como también otros aspectos como la igualdad, la democracia, el libre albedrío, la justicia, y el progreso tuvieran que ser, sin duda redefinidos.

Y este regeneracionismo que es el motor de determinadas corrientes sociales, nos produce una sensación de vértigo y de vacío inmenso, que alimentado por los avances biotecnológicos, se nos quiere imponer.

Dice el eminente filósofo y paisano nuestro Emilio Lledó, hoy en nuestras páginas,  que los seres humanos somos fundamentalmente memoria y leguaje, y las dos cosas se están pervirtiendo constantemente. Porque lo que nos caracteriza esencialmente a los seres humanos es el reconocimiento del presente por lo vivido y la esperanza de proyectarlo hacia el futuro desconociendo el momento final.

Y resulta que esta generación ahora tildada de caduca y periclitada ha vivido la superación de una terrible fractura civil, en su peor versión, y es la responsable de haber engendrado una nueva etapa de libertad y bienestar como jamás había experimentado nuestra sociedad. ¡Claro que con errores y deficiencias, faltaría más!, y ahí estaría el mejor uso de la memoria, no en negar la mayor sino en mejorar la tarea con la superación de los errores cometidos.

Nos conviene recordar que la denostada obra de nuestra generación es tan válida que ha permitido que todos los movimiento sociales surgidos al fragor de la profunda crisis socioeconómica de nuestra sociedad, fermento de todo este movimiento, hayan pasado de estar, en sólo dos años, con esas ideas acampados en una plaza pública a formar parte de las instituciones contra las que tan agriamente se manifestaban. Está claro que tampoco estaban construidas tan de espaldas a la realidad.

En estos días tradicionalmente propicios a recordar a los seres queridos  que se nos han ido quedando por el camino, sus vidas y sus esfuerzos representan un ejercicio de memoria individual y colectiva enorme, profundo y sencillo, que nos lleva a reconocer el presente mejor, que todos los estudios sociológicos al uso como carta de navegación  hacia el futuro. Ese recuerdo se hace mayor si cabe a aquellos que perdimos aquejados precisamente del mal que azota a la perdida de la memoria, y la tristeza y el desasosiego que ello nos produce por su falta de reconocimiento. No deja de ser paradójico el tema

He leído estos días una frase que a mi juicio tiene una buena receta para todos estos desvaríos generacionales: Hay que mirar al pasado con cariño, al presente con optimismo y al futuro con esperanza. Pues por mucha afición que tengan los jóvenes por la ciencia ficción, no serán nuestros rasgo distintivos en un futuro biotecnológico ni la razón, ni los sentimientos, sino la memoria, la autoconciencia y la esperanza.

Tiempo dorado


Y si queremos entender mejor los problemas que nos afectan como individuos y como sociedad, vayamos a nuestra Historia, verán como nos ofrece más claridad que los mil profetas que nos predican todos los días desde las tribunas de los medios de comunicación

Recuerdo que la primera redacción que me pidieron cuando era estudiante debía versar sobre las estaciones de año. Allí me emplee con mis mejores argumentos por manifestar que a mí la época del año que más me gustaba, sin duda, era el otoño. No parece muy normal que a un jovenzuelo la estación que más le guste sea precisamente el otoño. Claro que quizás siempre fui “un viejo achicao” que me decía mi madre.

Pero ahí está, sigue siendo mi estación preferida. El ambiente otoñal transpira sosiego y nostalgia, rodeados del color dorado de los árboles y las hojas desprendidas y el olor de las primeras humedades de los aguaceros otoñales. Todo un placer para los sentidos. Y si están cansados de contemplar la belleza y el colorido de los atardeceres de la época por el Aljarafe sevillano, les recomiendo que disfruten de otro paisaje único, con la contemplación de la vega granadina desde la terraza mirador del Hotel Alhambra Palace o la vista de la misma Alhambra desde el mirador de San Nicolás, que tan famoso hiciera el presidente Clinton en su visita a aquellos deliciosos parajes de la capital nazarita.

Ese es el otoño, la inmensa vega repleta de una ocre chopera que se va desprendiendo de sus hojas más antiguas para que la savia pueda llegar mejor a los brotes de las nuevas. De esa alfombra de los paseos del parque de María Luisa de elementos vegetales que mueren para que pueda haber nueva vida. En fin el ciclo mismo de la vida. Por eso el tiempo y el espacio se llenan  de nostalgia, el ayer va muriendo y nos preparamos para la dureza del frío transito hasta la nueva primavera llena de vida.

No conviene vivir en el pasado, pero si es muy conveniente recordarlo para disfrutar de los buenos momentos que nos ofreció, y sobre todo para reflexionar sobre los errores cometidos y sus consecuencias. La vida no es más que una secuencia constante en la que si no aprendemos de nuestros errores, estaremos siempre condenados a repetirlos. Eso lo más probable es que empiece a llenarnos de amargura.

Sería bueno cambiar el “otoño caliente” del entorno, por el otoño fresco de la naturaleza. Ese frescor que empieza a cerrar nuestros poros preparándolos para el letargo invernal, pasando así del tiempo de la reflexión al tiempo del recogimiento. No dejemos pasar los grandes momentos que la naturaleza nos brinda por que nos confunda el ruido ambiente. Y si queremos entender mejor los problemas que nos afectan como individuos y como sociedad, vayamos a nuestra Historia, si con mayúsculas, verán como nos ofrece más claridad que los mil profetas que nos predican todos los días desde las tribunas de los medios de comunicación. No sea que el humo de los puestos de castañas nos impidan ver los matices.

Entretiempos




Un buen paseo de los jardines de Delicias al puente de Triana por el paseo Colón a la hora del atardecer les, brindará un espectáculo de color y luz único.

Acabamos de despedir al verano, nostalgia de días inabarcables, viajes, reencuentros y emociones de la naturaleza y de las otras, y empezamos a caminar lentamente por los días tibios del inicio del otoño. Tiempo de entretiempos, para adentrarnos en una convulsa estación meteorológica que se nos presenta cargada de tensión y acontecimientos políticos un tanto imprevisibles que nos conducirá a un tiempo nuevo y seguramente diferente.

Ya saben que en tiempos de tribulaciones suelo recomendar, humildemente claro, cultura y contemplación de la naturaleza. Son, sin duda, los mejores aliados para la mejor reflexión que nos permita tener las mejores perspectivas para ver las mejores opciones para nuestra futura convivencia en tranquilidad y armonía, sin renunciar por ello a elegir las mejores alternativas para la solución de los grandes problemas sociales colectivos.

En el aspecto cultural la ciudad nos ha ofrecido un buen mes en el regreso a lo cotidiano. Dos interesantes exposiciones, con ciclos de conferencias incluidos: El de exlibris cervantinos en conmemoración de la publicación de la segunda parte de El Quijote, en el Ateneo y la celebrada en la Fundación Cajasol, dedicada a la celebración del 400 aniversario de Jesús de Pasión de Martínez Montañés. Dos excelentes eventos.

La novedad de Septiembre es flamenco, la interesante iniciativa encaminada a mantener la presencia del flamenco en Sevilla los años impares que no hay bienal, que se ha resuelto con una buena acogida de público y crítica, que esperamos se consolide en el futuro pues esta ciudad no debe tener años en blanco sin un bloque fuerte de actividades flamencas.

El Festival Internacional de Música de Cámara Joaquín Turina también rindió cuentas este año, con una serie de conciertos variados y genuinos en sus combinaciones (jóvenes músicos-profesionales-Banda Sinfónica-Orquesta de Cuerda) en sedes emblemáticas de la ciudad de Sevilla, como la Casa de Salinas, la Casa Pilatos o Capitanía General, que han dejado momentos únicos. Sacado adelante con la labor que realiza el equipo de voluntariado, pieza clave en el desarrollo y organización del evento al que hay que cuidar y mimar como una de nuestras mejores muestras de identidad musical de Sevilla.

En el Maestranza echó a andar La Real Orquesta Sinfónica de Sevilla bajo la batuta de su nuevo titular John Axelrod. Esta nueva andadura, promete ser muy fructífera, a juzgar por la exuberante variedad de la programación en la que se dan cita lo clásico y lo contemporáneo.

Como ven por estas muestras, la cultura está ahí para disfrutarla y ayudarnos a vivir este entretiempo en buena forma a cada uno en la medida de sus posibilidades y gustos. Y para complementarnos le recomendamos un buen paseo de los jardines de Delicias al puente de Triana por el paseo Colón a la hora del atardecer les, brindará un espectáculo de color y luz único. Recuerden lo que dijo Borges, Sevilla en otoño es una dulzura, un regreso.  Todo ello debería hacer más llevadero el transito por estos entretiempos cargados de inquietudes.

Una mirada a la educación



Nos jugamos que el conjunto de modos de vida y costumbres, que es la cultura, del mañana sea más rico y más libre que el de hoy.
Será por la fechas, será por ver el revoloteo de mochilas y escuchar de nuevo la alegría de los más pequeños en tropel, será como sea pero hoy sentimos la necesidad de fijar nuestra atención en un tema por el que, reconozco mi debilidad, uno siente una atracción especial: la educación.

Para acompañarnos en esa reflexiones sobre la importancia, mejor dicho, sobre la transcendencia de la educación, le ofrecemos en este número de vuelta del verano dos temas relacionados con el mundo escolar de hondo calado. El primero es un recorrido por la vida y la obra de un docente ejemplar Manuel Siurot, abogado, magistrado suplente, diputado de la Asamblea Nacional, embajador extraordinario en misiones hispanoamericanas, escritor y periodista, que abandonó su carrera política y jurídica para dedicarse a la gran obra social de la educación de los niños pobres. Un modelo perfecto para la reflexión.

El segundo punto de interés es un trabajo de Antonio Montero, pedagogo e inspector  de educación sobre las dificultades que presenta el cambio de los sistemas educativos en nuestra sociedad actual a cusa de las supersticiones e inercias de la comunidad escolar. En este artículo se ponen de manifiesto también algunos de los problemas básicos de nuestro actual sistema educativo. Un análisis perfecto desde el punto de vista técnico y profesional.

Siendo la educación uno de los temas de mayor preocupación social y sobre el que pende la solución de buena parte de la problemática social del futuro, es imposible encontrar en nuestro país el consenso político suficiente para abordarlo con amplitud de miras.

Ello nace de la circunstancia de que precisamente es la edad escolar la etapa más propicia para la siembra de las ideas. El momento ideal del sembrado para dejar caer las semillas de lo que la sociedad actual considera cosecha más provechosa. Y ahí precisamente aparece otro de los nudos gordianos del problema, pues la sociedad piensa que es a través del sistema educativo como debemos preservar los valores que consideramos elementales para el desenvolvimiento de las futuras generaciones.

En ese sentido nos disponemos a transmitir a nuestros herederos las soluciones que a nosotros nos legaron nuestros antecesores, para que les sirva de herramienta en la solución de los problemas que ellos tendrán en el futuro. Todo ello lastrado con las inercias y las supersticiones que a nosotros nos afectan. El problema por tanto no puede ser más complejo.

Por eso en tan delicadísima materia no conviene simplificar, mirar para otro lado y desentenderse dejando a otros la responsabilidad de resolverlo. Necesita de todo nuestro esfuerzo y nuestra energía, nos estamos jugando un mundo mejor, una cultura distinta capaz de abordar los retos que se le presente mañana a nuestra sociedad.

Para eso se requiere lo mejor de todos, la excelencia. Ay, la excelencia, en esta ciudad de las chapuzas y del vámonos que nos vamos y del déjelo usted, que así mismo está bien, que dice Antonio Burgos. Nos jugamos que el conjunto de modos de vida y costumbres, que es la cultura, del mañana sea más rico y más libre que el de hoy. Es lo mejor que podemos hacer por nuestros descendientes.

Cambiar de aires




Estamos en tiempo de vacaciones, tiempo de cambiar de aires. Tomada la expresión al pie de la letra es absolutamente necesaria, aunque dadas las características de la canícula de este 2015, a lo mejor habría que decir buscar los aires que en Sevilla no han soplado durante el mes de julio y si lo ha hecho ha sido con un solano intenso a la hora del secarral vespertino.

Así que al sano ejercicio del descanso estival este año tenemos que sumar el necesario respiro de abandonar la recalentada ciudad. Acudamos al monte o a la playa buscando un poco de aire fresco que mejore las posibilidades de nuestro descanso. Es justo y necesario.

Justificado pues el cambio de aires, ahora nos toca plantearnos que hacer con nuestro tiempo en esto días de asueto. Deberemos organizar nuestro tiempo de ocio entre el dolce farniente, variadas formas de pasatiempos y la contemplación de la naturaleza, que quizás sea uno de los mejores recursos que nos pueden brindar las vacaciones.

A este respecto, recuerdo haber vivido momentos sublimes en la terraza mirador del ya desaparecido Hotel del Rosario de Rota, donde después de una reconfortante siesta acudía, a la lectura del libro que me acompañara en ese tiempo, en espera de poder contemplar desde allí pacientemente una de las más espectaculares puestas de sol que se puedan ver, mientras se consume el último trago de un buen escocés. Si no lo ha vivido, no sabrá usted lo que es  bueno y si lo ha vivido, sabrá de lo que estoy hablando.  

Que conste que he citado esta experiencia, un poco decadente, porqué es mas propia de la edad que uno gasta, pero se podía citar miles en todo nuestro incomparable entorno donde solemos pasar estos días del verano la mayoría de los sevillanos. Y hay montones de sitios como la terraza del Hotel del Rosario repartidos por ahí.

Aprovechen y combinen lectura con el disfrute de la naturaleza. La mezcla resulta extraordinariamente gratificante y placentera, carga nuestras gastadas baterías y sosiega nuestro espíritu de que manera. Sevilla con su ajetreo cotidiano  y su inmensa soledad de los largos fines de semana le parecerá lejana y distante, lo suficiente para apreciarla mejor a su regreso.

Si quiere un consejo, llene  su tiempo de ocio de cosas distintas y apreciables, que estén a su alcance, descanse y gratifique su espíritu. No sea que al final se traiga de su cambio de aires solo el cabreo de la cuenta del chiringuito desaprensivo y las numerosas incomodidades que suele proporcionar esa salida de su hábitat más frecuente.  No habrá valido la pena.

Triana en sus manos


 La llegada de las fechas clave de las fiestas mayores del arrabal de Sevilla, nos invita un año más a volver la mirada a ese pedazo de la ciudad que a fuerza de ser Triana es la más pura esencia de Sevilla.

Cuando el puente se engalana de farolillos y la calle Betis se llena de casetas y Sevilla vive su feria chica en la fiesta grande del arrabal, el aire que huele a buñuelos y sardinas asás, se llena de nostalgia de muchos personajes que escribieron la letra pequeña de la historia de la fiesta más antigua de España.

El grupo de industriales y comerciantes, que encabezados por la saga farmacéutica de los Murillo lucharon durante muchos años, en circunstancias bien difíciles por la continuidad de la fiesta. Los personajes pintorescos que lograron una gran popularidad por sus éxitos en los numerosos eventos deportivos-recreativos que han compuesto muchos años los programas de la Velá. Hasta los políticos que han ido apareciendo como delegados del Ayuntamiento para el barrio y que en su fiesta mayor han quedado más de una vez “retratados”.

Todo eso que ha quedado recogido minuciosamente por Ángel Vela, trianero de honor, en sus libros dedicados a Triana y su Velá, crónica imprescindible para entender a Triana. Una Triana que fuera de tópicos está forjada con manos de alfarero, del esfuerzo de pescadores, camaroneros, areneros, trabajadores del ladrillo y los tejares curtidos, ennegrecidos por el sol de justicia; y de delicadas manos de ceramistas, de pellizcos del cante y el baile, del temple y valor de sus toreros. De mujeres recias y bravas que en falúa cruzaban todas las mañanas el río para trabajar en la Real Fabrica de Tabacos hasta que le pusieron la fábrica en esta orilla. Todo eso también es Triana, y mucho más.

Ese mucho más, como dice Paco Robles, ha conformado el ser de este lugar que va más allá de las fronteras de la Cava de los Gitanos y de la Cava de los Civiles, porque Triana llega a los pisos del exilio de Alcosa, a los bloques del Polígono, a los adosados de Sevilla Este… Por que no hay mejor manera de ser sevillano, que ser de Triana.

Por eso este número de Sevilla en tu manos está consagrado a Triana, a hacer patente su historia, conocer sus personajes y su patrimonio ya revivir momento entrañables de este arrabal, que es parte esencial de nuestra ciudad, y asomarse a ese gran río que nos separa cruzar el puente y poner Triana en sus manos.

La insoportable levedad de ser


 Ya tenemos aquí el verano con el sol pegando sobre nuestra curtida piel por los años de calores y cicatrices de tarascadas vitales. Ya ha pasado la agitada primavera política con los resultados que todos ustedes conocen y que vamos a intentar analizar aquí en lo que a la cosa cultural se refiere.

Han cambiado los responsable políticos de nuestro gremio en la Junta y en el Ayuntamiento. La junta por un lado ha vuelto a independizar la Consejería del ramo  sacándola del conglomerado que Susana Díaz montó para que su fiel escudero Luciano Alonso, por cierto desaparecido en combate, controlara estas dos parcelas de poder, de amplio eco entre la jungla de intelectuales, que tanto mima su ideario político.

Pues bien de esta etapa, además de un buen número de desencuentros con el Ayuntamiento, lo único que salió para nuestra ciudad fue la enésima puesta en escena del proyecto de las Atarazanas que como denuncia César Rufino en el Correo de Andalucía, seis meses después de su última “venta” sigue parado y sin visos de que se vaya a convertir en realidad, ni tarde ni temprano. Pero en fin ya se sabe que las Atarazanas están malditas.

Rosa Aguilar, la incombustible Rosa Aguilar, se ha convertido en la nueva consejera de Cultura de la administración autonómica y sus dos primeras propuestas han sido recuperar la ley de la memoria histórica y trabajar para que la Mezquita de Córdoba sea pública. Será que la buena de Rosa, con el trasiego de puertas giratorias, no ha tenido tiempo de preparar algo de más enjundia para la gestión en el palacio de Altamira.

Por otro lado en la Casa Grande de la plaza Nueva,  Cultura se ha metido en el paquete de la importante concejalía de Urbanismo, lo que nos da pie a pensar que el responsable de área dejará en manos de sus segundos la gestión cultural de Sevilla: Isabel Ojeda y Paco Cerrejón propuestos para “refrescar” Cultura. Será que la gestión de la derecha ha dejado un cierto olor a alcanfor. Tampoco es un buen augurio.

A lo mejor es que como dijo alguien ya hace mucho tiempo: La mejor política cultural es la que no existe, pero no deja de resultar chocante que la izquierda, que siempre se ha arrogado la supremacía intelectual sobre la cultura,  ande dando tumbos en este sentido. Yo tiendo a pensar que al final, a los políticos es que no hay quien los entienda.

De todas formas todo está por ver, y no es cuestión de cien días, técnicamente tienen cuatro años por delante para ser juzgados. Así que el tiempo nos dirá, yo por mi parte prometo no volver al tema salvo circunstancias puntuales y sangrantes. Entre tanto mucha calor y un estado con cierto aire a la insoportable levedad de ser.

Tiempo de exámenes


La televisión nos ha mostrado estos días con profusión las angustias de los jóvenes que se enfrentaban al examen de selectividad. Una especie de mirada tierna y compasiva llenaba las pantallas para lanzarnos el mensaje de la dureza de enfrentarse a esta prueba que valora a nuestra juventud al final de su etapa de formación preuniversitaria y que los cataloga para el acceso a las distintas carreras universitarias.

Esas fechas me traen a la memoria el recuerdo, hace ya una buena cantidad de años, de cuando con 10 años, diez, me examiné en el glorioso Instituto Aguilar Eslava de Cabra de mi ingreso al bachillerato. Nos tuvimos que desplazar de una ciudad a otra, tras un buen madrugón, en un autobús, si aquello se le podía denominar tal, del que tuvimos que descender en una de la cuestas serranas que separaban Baena de Cabra para que éste pudiera subirla sin la carga de la chiquillería.

En el vetusto edificio del instituto, uno de los más antiguos de Andalucía, nos enfrentamos a un ambiente completamente desconocido para nosotros, con unos profesores modelos de seriedad severa y con una amplia leyenda  de rigurosidad y exigencia a sus espaldas. El dictado sin faltas, la prueba de dividir por tres cifras, estas escritas y la de geografía, historia y religión orales ante un tribunal con cura de sotana incluido. Una tabla de gimnasia completaba la prueba de la que conocíamos el resultado por la tarde después de tomar nuestro frugal bocadillo. Los aprobados alegres nos abrazábamos y los suspensos  tristes a preparar la oportunidad de septiembre.

Vuelta a casa en la cafetera de autobús, cánticos al efecto incluidos, y a compartir la alegría con nuestros padres. Teníamos diez añitos y yo viví aquello como una autentica odisea que me llenaba de satisfacción haber superado. Estaba feliz.

Visto con la perspectiva de hoy este maravillosos suceso no tendría para los adultos más que motivos de crítica por las dificultades del proceso y la ansiedad, palabra no tan usada en aquellos años, que podía generar en las criaturas. Decía mi madre, con mucha razón, que: “lo poco espanta y lo mucho amansa”. Será por eso que como les he contado no tengo ni un ápice de trauma de aquel, para mí,  fantástico suceso. Quizás la primera lección de que la vida sería una carrera llena de obstáculos a superar.

No voy yo a criticar a la sociedad actual, tan proclive a denostar el esfuerzo  en la actividad de formación y aprendizaje, porque seguramente algo también habré contribuido yo a esa forma de pensar. Ni tampoco es necesario llamar mucho la atención sobre el hecho de que vivir, a la postre, no es más que ir resolviendo una serie de problemas y dificultades que van apareciendo en nuestro devenir, unos generados por nosotros mismos y otros sobrevenidos, para tratar de acceder a la tranquilidad y el sosiego del espíritu.

Como en esto creo que todos nos pondremos de acuerdo, no parece malo que en ese proceso de aprendizaje y formación exista el clima del esfuerzo para la superación, que tan bien nos vendrá haber entrenado en estas etapas, para que contemplemos nuestro discurrir con menos angustias y más ilusión por vivir la satisfacción, y en muchos casos la alegría, de superar la dificultades de la vida.

Y recuerden después del tiempo de exámenes vienen las fantásticas vacaciones de verano para los que han sido capaces de certificar su esfuerzo. La vida por lo que parece, es siempre así.

Antesala del verano



A punto de entrar  en el sosegado letargo veraniego de la ciudad en los próximos días con la procesión del Corpus daremos carpetazo a la febril primavera sevillana, que este año ha tenido su traca final, como cuenta el maestro Arbide, con unos días frenéticos, Rocío, elecciones, ascenso del Betis, procesión de María Auxiliadora por Triana y el triunfo del Sevilla en la competición menor de Europa de la que se está haciendo casi propietario.

Demasiadas cosas para el body, pero a ver aquí somos así. Y mientras tanto nosotros devanándonos los sesos a ver que noticias culturales de cierto calado les podemos ofrecer. Al final poco más que algunas rememoranzas, y a estar pendientes de lo que nos presente la nueva corporación municipal en el ámbito que nos atañe: la cultura de Sevilla.

Porque de momento entra el sesteo de la ciudad, los largos paseos andando o en bici y la contemplación de los incomparables atardeceres de la cornisa del Aljarafe, esperando el éxodo hasta la costa en busca del fresquito que nos alivie. Todo ello sin más sobresalto que la explosión de Fiesta popular de Triana para los días de la Señá Santa Ana, traca final de la temporada.

Este tiempo, antesala del verano está marcado por un fiesta de enorme tradición en la cultura popular de Sevilla como es el Corpus. El Corpus Christi ha sido durante siglos la fiesta sevillana por excelencia. Conectó la imaginación y sensibilidad popular, con la idea de que la fe es asunto público y participa toda la urbe. En la actualidad los sevillanos, aferrados a una de sus más añejas tradiciones, se siguen echando a la calle para celebrarla. Dios en la calle se convierte en el reclamo que arrastra a un gentío de fieles. La procesión asume el papel de metáfora de la propia sociedad sevillana. De hecho, están representados todos los estamentos sociales, religiosos y militares, llegando a alcanzar el número de tres mil integrantes. Lo que ha derivado, como no, en la pasarela de figurones sevillanos por excelencia.

De este modo con el olor a campo de las calles de Sevilla y el sopor de las primeras calores nos adentramos en el sosiego de un tiempo precioso para la reflexión y la lectura, así como el disfrute de los encantos artísticos que presenta la ciudad , para gozarla, disfrutarla y conocerla mejor. Camino adecuado para amarla más.

Callejeando por Sevilla




Estos días gozosos de mediada la primavera con sus mañanas espléndidas y su tardes inabarcables, son ideales para el propósito de estas líneas que en el fondo no es más que una nueva invitación a conocer Sevilla. Y, para conocer una ciudad no hay mejor recomendación que recorrerla, pasear por ella callejeando.

Dice Manuel Jesús Roldán, pocos guías como él, “que los lugares sólo se descubren caminado con pies calzado de alma virginal dispuesta a vivir historias de ayer y de hoy, a oler aromas tangibles e intangibles, a contemplar con ojos del alma y del corazón. Callejear por esos lugares exige despojarse de toda consideración previa”.

Lo bueno que tiene Sevilla es que se puede ir a pie a todos los lugares más emblemáticos. Es una ciudad que parece diseñada para pasear, pasear por sus barrios, por el Parque de María Luisa, a la vera del río o por las calles de Triana. El casco antiguo de Sevilla es un poliedro abarcable, que combina el mudéjar con el gótico, el barroco, el plateresco o, más recientemente con el regionalismo y el racionalismo.

En sus calles encontramos una sucesión de edificios históricos, admirables templos, casonas y  palacios, conventos cuyas espadañas apunta al cielo como saetas, patios íntimos y perfumados o corrales de vecinos. Cargados de acontecimientos históricos y cuna de un buen número de hijos ilustres y notables que dieron gloria y esplendor a la ciudad.

Pero todo esto, de lo que se habla mucho y se escribe más, en realidad no es más que una entelequia que sólo se puede materializar ante los ojos del caminante sin prisas, del divagador sin prejuicios, del observador que mira con la curiosidad y la inquietud del niño. Es entonces cuando la ciudad aparece ante nosotros con todo su esplendor, así como la vieron tantos paseantes que quedaron rendidos a sus encantos.

Decía Ortega que una obra de arte no es tal hasta que no la contemplan los ojos del espectador. A Sevilla le pasa mucho eso, que los sevillanos hablan maravillas de su ciudad sin haberla descubierto por ellos mismos, por lo tanto sin haberla disfrutado y es necesario animarles a que lo hagan que aprovechen los días esplendorosos de esta tierra para pasear, recorrer y callejear Sevilla para descubrirla y conocerla por ellos mismos y así amarla y disfrutarla con propiedad.

Tenemos el privilegio de vivir en una ciudad única, no perdamos la oportunidad de descubrirla y atraparla, de hacerla realidad. Póngase un calzado cómodo  e inicie ese paseo que le hará sentir el orgullo, de verdad, de ser sevillano.

Días de libros




A estas alturas del calendario Sevilla volverá a llenar la Plaza Nueva de libros. Libreros, distribuidores, editores y autores volverán con más o menos entusiasmo a celebrar la liturgia de poner el libro en la calle y acercarlo a la ciudadanía, tratando de resolver el dilema de si el público no viene hasta nosotros, vayamos nosotros a buscar los lectores.

El libro como todo está en crisis, siempre lo ha estado, a la caída de las ventas, que parecen empiezan a repuntar tímidamente, hay que unir la aparición inconclusa del libro electrónico y la competencia de la increíble oferta de ocio que nutre a nuestra sociedad. Demasiado para el body que diría el castizo. Demasiado para este frágil objeto de papel y tinta.

El libro ha sido uno de los objetos más prestigiosos y mimados de la sociedad prueba de ello son la infinidad de piropos que se le han dedicado: “Los libros constituyen la parte más inmortal de la humanidad”. Umberto Eco, “No es posible vivir sin libros”. Thomas Jefferson, “Los libros son amigos que nunca decepcionan”. Thomas Carlyle y así casi hasta el infinito. Y sin embargo no ha sido uno de los objetos más preciados por esta.

Sin embargo toda esta lista interminable de reflexiones, más o menos ocurrentes, toda esa cursilería del olor a papel recién entintado, no pueden ocultar que el libro no es más que un soporte para la transmisión del pensamiento y las ideas y en eso la sociedad ha avanzado muchísimo en los últimos tiempos; de manera que estos se pueden transmitir con una rapidez, un coste y un volumen infinitamente superior al del libro.

No teman queridos amigos, el libro como vehículo del pensamiento no corre peligro. Lo que corre peligro, o que está en cuestión es el modelo de negocio en torno a él. De lo que habría que preocuparse es de la falta de ideas y de creadores capaces de hacernos reflexionar, soñar y disfrutar. Estas nos llegaran a través de muchos medios, entre ellos el del romántico contenedor de papel, cartón y tinta.

Llevo toda mi vida en esto, he disfrutado y sufrido los libros como pocos. Por eso se de su valor, es un instrumento tan delicado y precioso que solo vale la pena cargarlo con ideas e historias que merezcan la pena ser compartidas. El simple hecho de que estas estén impresas y encuadernadas no las convierten en mejores ni las hace triunfar. Esto sin duda si que es uno de los grandes enemigos del libro.

Disfruten de los libros y de su lectura en estos días que estarán tan cercanos y recuerden lo que dice Jaime Balmes: “La lectura es como el alimento; el provecho no está en la proporción de lo que come, sino en lo que se digiere”. Y, a todos los que se dedican a esta actividad, un consejo: trabajemos por escribir y editar lo mejor de nosotros, así subirá el valor del libro.

Abril en Sevilla


Recuerdo cuando era niño una reflexión de mi padre, cordobés de pura cepa, que decía no entender  como los sevillanos podían celebrar la Semana Santa y la Feria en el mismo mes. Dos fiestas con la trascendencia universal que tienen estas dos celebraciones. Pues así es, y ahora con los años compruebo con estupor lo que significa el mes de abril en Sevilla.
De la Semana Mayor, la de la gran exhibición de la Pasión del barroco por las calles de la ciudad, del ruan y el terciopelo, de la madrugada eterna bañada por la luna del Parasceve, de la luz de los cirios que van cubriendo con su cera los adoquines de las calles, del sentimiento y la emoción por la presencia de Dios en la ciudad, pasamos a la explosión de la primavera con todo el esplendor de la gran fiesta de la diversión y la desmesura.
En el espacio de unas semanas Sevilla, la gran dama de nuestros sueños, muta la hermosa sobriedad del la mantilla a la explosión de sensualidad del traje de volantes, del recogimiento a la diversión, del cansancio de visitar iglesias y ver pasos al agotamiento de lo más lúdico; de recorrer la ciudad a trasladarse a la ciudad efímera de lona y farolillos, de pisar la cera de sus calles a pisar el albero del real. Así es abril en Sevilla, rebosante. Parece exprimirse como el fruto de los cítricos que anuncia ese azahar que embriaga sus noches.
Sevilla deja la impronta de su personalidad colectiva, su huella, su firma, en la Feria, en su más peculiar, elegante y original forma de divertirse. Sevilla, como pueblo, alcanza una definición específica que la distingue incluso de los vecinos andaluces. No hay nada igual. A la ciudad efímera acudiremos los sevillanos atraídos como las libélulas buscando con ansia la diversión, escapar de todo, hacer real el dicho: …si me pierdo que me busquen en la Feria.
En esa desmesura la ciudad se agota. Y como difícilmente podría describir de manera tan hermosa como es Sevilla en abril, he elegido un texto de Paco Robles, que es de lo más bello que yo he leído sobre esta ciudad, recogido en su artículo La flamenca descalza:
Sevilla es así. De vez en cuando, muy de tarde en tarde. Pero es así. Cuando creemos que hemos dominado la ciudad y la hemos cuadriculado para que se amolde a las categorías de la razón, surge la chispa. Nos incendia con ese fulgor repentino que tan poco dura. Nos ciega y nos provoca ese vértigo que obliga a buscar asiento para escribir lo imposible, lo inefable. Ciudad desmayada como ese brazo que le caía a la flamenca mientras miraba el agua quieta; el mismo brazo que se había alzado en volutas acompasadas por el baile más erótico que imaginarse pueda. Ciudad que duele como esos pies descalzos que pisan las mismas calles donde se enfría la cera que fue pasión de una noche. Ciudad que desasosiega con esta calma que tanto se parece a su obra maestra: el silencio descalzo de una flamenca que por un instante se confundió con Sevilla.
Nada más que decir, naturalmente. Vivan Sevilla en abril no hay otra cosa igual en el mundo. Ni cuerpo que lo resista.


Dios por la ciudad



No es momento, ni quizás tiempo, de definir la Semana Santa de Sevilla, ya se han vertido ríos de tinta en el intento. Lo mejor de la Semana Santa está en vivirla, no en tratar de encontrar la conjunción semántica necesaria para plasmar en un texto, una imagen literaria acorde.

Yo creo que nos debería bastar con la casi concurrencia de la mayoría de los que han hablado, de una forma o de otra, en que se trata de un evento absolutamente singular y único, que además en nuestra ciudad adquiere unas dimensiones, por su seguimiento y extraordinaria manifestación artística, universales. Por eso, echarle filosofía al tema para explicar la aproximación a tan extraordinario acontecimiento desde las más distintas posiciones ideológicas, se parece mucho a la explicación de:

–No es lo que parece, cariño, cuando a alguien lo pillan con las manos en la masa.

La Semana Santa, nos pongamos como nos pongamos, es una fiesta religiosa cuyo objetivo es revivir y escenificar la pasión y muerte de Cristo, tratando de generar  sentimientos y emociones que lleguen de la manera más directa al corazón de los espectadores. Eso no lo podemos perder de vista, que luego nos guste más la puesta en escena, la belleza de los interpretes o la decoración e incluso la estrategia de esa comunicación, no deja de ser secundario.

Tampoco me parece necesariamente importante que pasado los fervores cofradieros, muchos de los participantes de la puesta en escena no tengan continuidad con ese fervor religioso, en todo caso es un problema de los responsables religiosos. Lo que parece claro es que el que haya vivido, y digo vivido, la Semana Santa en nuestra ciudad, difícilmente la olvida y menos si ha sido testigo de alguno de los “momentos mágicos” que en ella se producen.

La contemplación de ese magno espectáculo nos tiene que llevar a la reflexión de que la vivencia de la Historia más grande jamás contada, es una historia de vida y muerte por unas ideas de amor, perdón e igualdad, entre la indiferencia y la hipocresía, de los contemporáneos que la vivieron. Luego, la caracterización del protagonista o la belleza de su madre e incluso la insuperable ambientación, no son más que elementos de la puesta en escena.

El medio no es el mensaje, la devoción por el Gran Poder o la Macarena, no nace de la extraordinaria expresividad que fueron capaces de transmitir sus creadores, nacen de el sentimiento de amparo y protección que nos despiertan con su presencia. Y ese sentimiento nace de la necesidad del ser humano por encontrar respuesta a su soledad y debilidades, eso lo hace trascender hacia algo superior.

Le pueden ustedes poner todos los elementos de racionalidad que quieran que seguro tendrán argumentos tan válidos como los que yo les he expuesto, pero no dejen de mirar de reojo esa posibilidad, a lo mejor ahí hay otra interesante visión de estos extraordinarios días en los que Dios pasea por esta maravillosa ciudad.