Y
si queremos entender mejor los problemas que nos afectan como individuos y como
sociedad, vayamos a nuestra Historia, verán como nos ofrece
más claridad que los mil profetas que nos predican todos los días desde las
tribunas de los medios de comunicación
Recuerdo que la primera redacción que me
pidieron cuando era estudiante debía versar sobre las estaciones de año. Allí
me emplee con mis mejores argumentos por manifestar que a mí la época del año
que más me gustaba, sin duda, era el otoño. No parece muy normal que a un
jovenzuelo la estación que más le guste sea precisamente el otoño. Claro que
quizás siempre fui “un viejo achicao” que me decía mi madre.
Pero ahí está, sigue siendo mi estación
preferida. El ambiente otoñal transpira sosiego y nostalgia, rodeados del color
dorado de los árboles y las hojas desprendidas y el olor de las primeras
humedades de los aguaceros otoñales. Todo un placer para los sentidos. Y si
están cansados de contemplar la belleza y el colorido de los atardeceres de la
época por el Aljarafe sevillano, les recomiendo que disfruten de otro paisaje
único, con la contemplación de la vega granadina desde la terraza mirador del
Hotel Alhambra Palace o la vista de la misma Alhambra desde el mirador de San
Nicolás, que tan famoso hiciera el presidente Clinton en su visita a aquellos
deliciosos parajes de la capital nazarita.
Ese es el otoño, la inmensa vega repleta
de una ocre chopera que se va desprendiendo de sus hojas más antiguas para que
la savia pueda llegar mejor a los brotes de las nuevas. De esa alfombra de los
paseos del parque de María Luisa de elementos vegetales que mueren para que
pueda haber nueva vida. En fin el ciclo mismo de la vida. Por eso el tiempo y
el espacio se llenan de nostalgia, el
ayer va muriendo y nos preparamos para la dureza del frío transito hasta la
nueva primavera llena de vida.
No conviene vivir en el pasado, pero si
es muy conveniente recordarlo para disfrutar de los buenos momentos que nos
ofreció, y sobre todo para reflexionar sobre los errores cometidos y sus
consecuencias. La vida no es más que una secuencia constante en la que si no
aprendemos de nuestros errores, estaremos siempre condenados a repetirlos. Eso
lo más probable es que empiece a llenarnos de amargura.
Sería bueno cambiar el “otoño caliente”
del entorno, por el otoño fresco de la naturaleza. Ese frescor que empieza a
cerrar nuestros poros preparándolos para el letargo invernal, pasando así del
tiempo de la reflexión al tiempo del recogimiento. No dejemos pasar los grandes
momentos que la naturaleza nos brinda por que nos confunda el ruido ambiente. Y
si queremos entender mejor los problemas que nos afectan como individuos y como
sociedad, vayamos a nuestra Historia, si con mayúsculas, verán como nos ofrece
más claridad que los mil profetas que nos predican todos los días desde las
tribunas de los medios de comunicación. No sea que el humo de los puestos de
castañas nos impidan ver los matices.