Estamos en los días
señalaítos de la fiesta de Triana. Fiesta al sol y a la luz de la luna. Triana
en la calle, el río como protagonista, la madrugada caliente y la cerveza fría,
cante en el Altozano y San Jacinto como un rebosadero de la celebración. Eso
viene a ser, más o menos, la Velá de
Triana, la fiesta más antigua de Sevilla y
seguramente de España, que sobrevive desde el siglo XIII y
que, llegados Santiago y Santa Ana, enciende el arrabal de Sevilla.
Sirve la Velá también de foco de atracción sobre el arrabal.
Barrio de marineros, pescadores y alfareros, Triana es sin duda la zona de
Sevilla con más personalidad. Personalidad que con orgullo manifiestan los
nacidos allí y que se trasmite como por ósmosis a los no nacidos, pero
residentes. Una personalidad forjada sobre la base de sus actividades humanas,
mitos como las cavas de gitanos y civiles, mecidos en la cuna del flamenco y
sentidos con la sencillez profunda de una soleá.
Triana, el pueblo marinero como le llama Ángel Vela, estuvo
ligada a Sevilla durante siete siglos y medio por el cordón umbilical de un
solo puente, primero el de barcas que
construyó Abu Yacub Yusuf en 1171 sustituido después por el de Isabel II, en
1852. Era la única vía que las unía. Naturalmente esta circunstancia también
influyó en su carácter.
Todo ello ha marcado este hábitat con una tipología distinta
en la que los trianeros, permítaseme, basan su hecho diferencial. Si a esto se
le añade un cierto carácter reivindicativo
de los agravios y olvidos de los gobiernos municipales hacia el barrio,
tendremos una imagen, que nos suena por machacona, sobre el concepto de
comunidad histórica frente a la historia común.
Pero esta fiesta trianera nos permite, a los no trianeros,
interesarnos por Triana, estar pendientes de sus pequeñas cosas, revivir sus
tradiciones más antiguas, recordar a sus hijos mas notables y recorrer sus
calles de manera más intensa. En una frase: la Velá nos permite vivir Triana; y
esto es bueno por que una ciudad que tiende a mirarse el ombligo corre el
riesgo de no ver lo que le está pasando en sus extremidades.
Fuera de los tópicos Triana está forjada con manos de
alfarero del esfuerzo de pescadores, camaroneros, areneros, trabajadores del
ladrillo y los tejares curtidos, ennegrecidos por el sol de justicia; y de
delicadas manos de ceramistas, de pellizcos del cante y el baile, del temple y
valor de sus toreros. De mujeres recias y bravas que el falúa cruzaban todas
las mañanas el río para trabajar en la Real Fabrica de tabacos hasta que le
pusieron la fábrica en esta orilla. Todo eso también es Triana, y mucho más.
Así que anímense, crucen el puente recorra de el Altozano al final de la calle Castilla a
encontrarse con la belleza de la muerte hecha gesto en la expiración del Cachorro.
Vuelva por Pagés del Corro a San Jacinto donde Triana tiene un monumento al
valor en la figura de su Estrella, admire el templo a la gracia en la Basílica
de la Esperanza. Asómese hasta el río, animado por el reflejo de los
farolillos, por el balcón de la calle Betis y observe desde allí Sevilla.
Entonces comprenderá mejor la grandeza de esta ciudad. Y es que no hay mejor
manera de ser sevillano, que ser de Triana.