Esperanza


La angustia de nuestro mundo tiene una solución; La esperanza basada en el amor que es la fuerza que nos tiene que seguir impulsando.

Escogiendo entre lo que me gustaría desearles en estas fechas a todos ustedes me he decantado por la Esperanza, quizás una de las palabras mas hermosas de nuestro vocabulario. Y la he escogido por que no recuerdo tiempos tan procelosos e inciertos, que seguramente los ha habido, pero que en este momento me desasosiegan de manera especial.

El corazón del hombre contemporáneo late una azorante situación de ansiedad y angustia. Con la perdida de valores espirituales el hombre se encuentra en un callejón sin salida. Desconectado de su origen y su fin, no es extraño que la angustia se apodere de su alma al verse «arrojado» sin rumbo en el torbellino del vivir. Este íntimo desasosiego se acrecienta por la tremenda realidad actual; crisis, guerras, miseria, pobreza, deterioro de la naturaleza, inquietudes de todo orden, nos hacen sentir, a veces, el zarpazo del pesimismo que producen estas circunstancias adversas.

Me niego a pensar como los existencialistas que el ser hunde sus raíces en la nada, vive transcendiendo o sobreviviendo a esa nada y está abocado a ser reducido a la nada, humillado y abatido. De ahí que la muerte acecha la vida humana, que ha sido arrojada al mundo para en él morir y que en él vive muriendo, pues ser es morir.

Por que también me niego a creer que en los planes de Dios esté dejar al hombre abandonado al sufrimiento. Si bien introdujo el dolor en la tierra como inevitable compañero del hombre, la divina Providencia puso en su humano vivir un elemento de compensación: la esperanza, cuyo fundamento es la redención del Amor. No nacemos para morir, nacemos para amar.

Y por eso mismo me niego a pensar que la entrega, esfuerzo y dificultades que tuvieron que superar los que nos precedieron, a los que tanto echaremos de menos en estos días, para dejarnos un mundo mejor que el que ellos tuvieron, no valiera la pena. Tenemos raíces por tanto y tendremos frutos en la medida que trabajemos en el sentido de dejar el los que nos sigan, un mundo algo mejor y a ser posible una carga de valores que les permita afrontar su angustias y ansiedades con más entereza.

La esperanza no debe confundirse con el optimismo humano, que es una actitud más relacionada con el estado de ánimo. Ni debe estar basada en un comportamiento contemplativo de que los frutos nos serán dados por si mismos. Requiera la acción que permita tender con certeza hacia su fin, de modo semejante al que emprende un viaje no tiene la certeza de llegar al fin de su trayecto, pero sí tiene la certidumbre de ir bien encaminado y de llegar si no abandona el camino.

La angustia de nuestro mundo tiene una solución; La esperanza basada en el amor que es la fuerza que nos tiene que seguir impulsando. Y si alguna vez esta flaquea, sigamos la recomendación de Antonio Burgos: vayamos a pelar la pava un ratito a las rejas del arco con esa Divina Mujer, a la que estos días podemos mirar cara a cara, en sus ojos la encontrarán. Allí está la Esperanza.

Constitución


 
Todos nos hemos sentido durante años orgullosos de haber participado en aquel gran acuerdo social y visto con satisfacción como de esta derivaban manojos de leyes que, mal que bien, iban conformando nuestras vidas

Un 6 de diciembre de hace 37 años los españoles decidimos, por una amplia mayoría, con nuestro voto constituirnos en un Estado social y democrático de Derecho que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político, cuya soberanía residen el pueblo español del que emanan los poderes del Estado y que tiene la forma política de Monarquía parlamentaria.

Los que vivimos aquellos días en primera persona recordamos con emoción todo lo que esto significaba. En ella se consagraban nuestras libertades y se regulaban los derechos y obligaciones de los españoles, tras un gran acuerdo político en el que todos tuvieron que ceder en aras a alcanzar un tratado de convivencia que tuviera el más amplio apoyo social posible.

Todos nos hemos sentido durante años orgullosos de haber participado en aquel gran acuerdo social y visto con satisfacción como de esta derivaban manojos de leyes que, mal que bien, iban conformando nuestras vidas y formaban plataformas sobre las que se desarrollarían las de nuestros hijos. También pudimos contemplar con estupor como algunos de nuestros representantes políticos retorcía sus argumentos hasta casi violarla. Pero en fin estábamos tranquilos por que el armazón jurídico del estado funcionaba y estaba ahí para garantizar su vigencia y cumplimiento.

Pero hete aquí que de pronto nos encontramos con unas corrientes turbulentas que por mor de un desencanto social de un lado, nacido de la crisis económica y la corrupción y por otro de las tensiones territoriales, parecen dispuestas más o menos que a dar cuenta de la constitución del 78. Naturalmente los que conocemos de primera mano lo que costó aquel trabajoso consenso, que quedó ratificado con el acontecimiento que conmemoramos por estas fechas, nos inquietamos y hasta se nos crea un cierto desasosiego pues no vemos por ningún sitio el clima necesario para volverlo a conseguir.

Otro de los argumentos que se esgrimen últimamente es el de: “Yo no vote esta constitución y no me siento identificada con ella”. Este como verán es comprensible pero se cae por el propio peso de su ardor juvenil, y a la vez demuestra un fallo importante en el sistema, la capacidad de trasmitir los valores de nuestra ley de leyes y las deficiencias derivadas de nuestro sistema educativo para hacerla conocer y amar.

No es que nuestra Carta Magna no pueda ser mejorada, obra humana es. Es que lo sustancial de un marco de convivencia está recogido en ella, nuestros derechos, obligaciones e incluso nuestras peculiaridades como reflejo de nuestra pluralidad se encuentran reflejados en sus textos y con eso no conviene jugar como tampoco deberíamos ser tolerantes con aquellos que ponen salvaguardas a la promesa de guardarlos y hacerlos guardar por que cualquier día nos podemos encontrar con algún sobresalto. Todo lo demás se puede retocar si se logra el consenso político necesario pero sin asaltos ni ocurrencias.

Escribiendo estas líneas no dejo de sentir una cierta inquietud inmovilista, pero enseguida me tranquilizo. Repaso nuestra historia y se que lo que defiendo con estas opiniones es la conclusión que destilo de nuestro pasado y la maldición de nuestros complejos históricos; y me reafirmo en la hipótesis sobre la deficiencia de nuestro sistema educativo y de la importancia de conocer nuestra historia, como elementos fundamentales de lo que debe ser nuestra cultura, para que la postmodernidad y el relativismo, no nos atropellen y tengamos que empezar otra vez de cero.